Jesús imparte su bendición y se encamina hacia una casa.
Ya casi en el umbral de la puerta, un grupo de ancianos le detiene; le saludan respetuosamente y dicen: «¿Podemos preguntarte una cosa, Señor? Somos discípulos de Juan. Siempre habla de ti. Ha llegado a nuestros oídos la fama de tus prodigios. Así que hemos querido conocerte. Ahora bien, oyéndote, se nos ha planteado una pregunta que desearíamos proponerte».
«Exponedla. Si sois discípulos de Juan estaréis ya en el camino de la justicia».
«Has dicho, hablando de las idolatrías comunes en los fieles, que en medio de nosotros hay personas que trafican entre la Ley y los que no siguen la Ley. Ahora bien, Tú también eres amigo de éstos últimos — sabemos, en efecto, que no rechazas a los romanos —. ¿Entonces?».
«No lo niego, pero ¿acaso podéis afirmar que lo haga para obtener de ellos algún provecho? Ni siquiera busco su protección. ¿O podéis, acaso, afirmar lo contrario, porque los trate con benignidad?».
«No, Maestro, estamos de ello más que seguros, pero el mundo no está hecho sólo de nosotros, que queremos creer solamente en el mal que vemos y no en el de que se nos habla. Explícanos las razones que pueden fundar este acercamiento a los gentiles; hazlo para instrucción nuestra y para que te podamos defender, si alguien te calumnia en nuestra presencia».
«Estos contactos son malos cuando la finalidad es humana, no lo son cuando la intención es llevarlos al Señor Dios nuestro. Así actúo Yo. Si fuerais gentiles, podría detenerme a explicaros cómo todo hombre procede de un único Dios; pero sois hebreos, y además discípulos de Juan; sois, por tanto, la flor de los hebreos, y no es necesario que os lo explique. Estáis, pues, ya en condiciones de entender y creer que, siendo el Verbo de Dios, es mi deber llevar su verbo a todos los hombres, hijos del Padre universal».
«Pero no son hijos, porque son paganos…».
«Por lo que se refiere a la Gracia no lo son; por su errada fe no lo son: esto es verdad; pero, hasta que no os haya redimido, el hombre — incluyo al hebreo — ha perdido la Gracia, está privado de ella, porque la Mancha de origen es obstáculo para que el rayo inefable de la Gracia descienda a los corazones. De todas formas, por la creación el hombre es siempre hijo. De Adán, cabeza de toda la humanidad, proceden tanto los hebreos como los romanos; y Adán es hijo del Padre, que le dio su semejanza espiritual».
«Es verdad.