Jesús vuelve con la multitud, con los pobres, y distribuye, según su propio criterio, los óbolos. Ahora todos están satisfechos y Jesús puede hablar.
«La paz esté con vosotros.
Si os enseño los caminos del Señor es para que los sigáis. ¿Podéis, acaso, recorrer el sendero que baja por la derecha y el que baja por la izquierda juntos? No podéis porque, si tomáis uno, debéis dejar el otro. Ni siquiera tratándose de dos senderos adyacentes podríais manteneros caminando siempre con un pie en cada uno. Acabaríais cansándoos, y equivocándoos, aunque se tratara de una apuesta. Pero es que entre el sendero de Dios y el de Satanás hay una gran distancia, que además cada vez se ahonda más, exactamente como sucede con esos dos senderos que terminan aquí: a medida que van descendiendo se alejan el uno del otro; uno en dirección a Cafarnaúm, el otro en dirección a Tolemaida.
La vida es así, fluye como arco a caballo entre el pasado y el futuro, entre el mal y el bien. En el centro está el hombre con su voluntad y su libre albedrío. En los extremos están: en una parte, Dios con su Cielo; en la otra, Satanás con su Infierno. El hombre puede elegir. Nadie lo obliga.
Que no se me diga: “Pero Satanás tienta” como disculpa de bajar hacia el sendero bajo. Dios también tienta con su amor, que es bien fuerte; con sus palabras, que son muy santas; con sus promesas, que son muy seductoras. ¿Por qué, entonces, dejarse tentar por uno sólo de los dos, y además por el que no merece ser escuchado? Palabras, promesas, amor de Dios: ¿no son suficientes para neutralizar el veneno de Satanás? Fijaos que ello no testifica a favor de vosotros. Una persona que tenga fuerte salud física supera con facilidad los contagios aun no siendo inmune a ellos. Sin embargo, si uno está ya de por sí enfermo, y por tanto débil, es casi seguro que perecerá si cae en una nueva infección, o, si sobrevive, quedará más enfermo que en el estadio precedente, porque no tiene fuerza en su sangre para destruir completamente los gérmenes infecciosos. Pues lo mismo sucede con la parte superior. Si una persona está moral y espiritualmente sana y fuerte, no es que esté exenta de ser tentada, creedlo, pero el mal no echará raíces en ella.
Cuando oigo a alguno que me dice: “He conocido a tal o cual persona, he leído tal o cual libro, he tratado de llevar a éste o a aquél al bien, pero ha sucedido que el mal que había en su mente y en su corazón, el mal que había en el libro, ha entrado en mí”, Yo concluyo: “Lo que demuestra que ya habías creado en ti el terreno favorable para que entrase; lo que demuestra que eres una persona débil, completamente carente de nervio moral y espiritual. Porque incluso de nuestros enemigos debemos sacar cosas buenas. Observando sus errores debemos aprender a no caer en ellos. El hombre inteligente no es juguete de la primera doctrina que llega a sus oídos. Quien está saturado de una doctrina no puede hacer espacio dentro de sí para otras. Esto explica las dificultades que uno encuentra cuando trata de persuadir de seguir la verdadera Doctrina a quienes están convencidos de otras. Pero, si me confiesas que tu pensamiento cambia al mínimo soplo del viento, veo que estás lleno de vacíos, veo que tu fortaleza espiritual está llena de fisuras, los diques de tu pensamiento están agrietados en mil puntos por los que salen las aguas buenas y entran las contaminadas. Y eres tan necio y apático, que ni siquiera te das cuenta y no pones el necesario remedio. Eres un desdichado”.
Sabed elegir, pues, entre los dos senderos, el bueno; y proseguir en él, resistiendo, resistiendo, oponiendo resistencia a las seducciones de la carne, del mundo, de la ciencia y del demonio. Las fes a medias, compromisos o pactos hechos con dos (el uno contrario al otro), dejádselos a los hombres del mundo. Ni siquiera en ellos deberían existir, si los hombres fueran honestos. Pero, al menos vosotros, hombres de Dios, no los tengáis. Ni con Dios ni con Satanás, podríais tenerlos; pero es que ni con vosotros mismos debéis tenerlos, porque no tendrían valor. Vuestras acciones, compuestas de bien y mal, no tendrían valor alguno. Además, las que fueran enteramente buenas quedarían anuladas por las no buenas. Las malas os conducirían directamente a los brazos del Enemigo. No sean, por tanto, así vuestras acciones; antes bien, sed leales en vuestro servicio. Nadie puede servir a dos señores que piensan de forma distinta: amará a uno y odiará al otro, o viceversa. No podéis ser, al mismo tiempo, de Dios y de Satanás. El espíritu de Dios no puede conciliarse con el espíritu del mundo: el uno sube, el otro baja; el uno santifica, el otro corrompe. Y, si estáis corrompidos, ¿cómo podréis actuar con pureza?