Pedro, entretanto, se las ingenia para explicarle al niño las cosas más dignas de relieve en el Templo, y pide ayuda a los otros más cultos, especialmente a Bartolomé y a Simón, porque, siendo ancianos, se encuentra a gusto con ellos en su papel de padre.
En esto, ya ante el gazofilacio para hacer las ofrendas, los llama José de Arimatea.
«¿Estáis aquí? ¿Cuándo habéis llegado?» dice después de los recíprocos saludos.
«Ayer por la tarde».
«¿Y el Maestro?».
«Está allí, con un discípulo nuevo. Ahora vendrá».
José mira al niño y le pregunta a Pedro: «¿Un sobrinito tuyo?».
«No... sí. Bueno, quiero decir que, nada en cuanto a la sangre, mucho en cuanto a la fe, todo en cuanto al amor».
«No te comprendo…».
«Un huerfanito… por tanto, nada en cuanto a la sangre. Un discípulo... por tanto, mucho en cuanto a la fe. Un hijo... por tanto, todo en cuanto al amor. El Maestro lo ha recogido... y yo le doy mi cariño. Debe alcanzar la mayoría de edad en estos días...».
«¿Tan pequeño y ya doce años?».
«Es que... bueno, ya te lo contará el Maestro... José, tú eres bueno, uno de los pocos buenos que hay aquí dentro... Dime, ¿estarías dispuesto a ayudarme en esta cuestión? Ya sabes... le presento como si fuera mi hijo, pero soy galileo y tengo una fea lepra...».
«¡¿Lepra?!» exclama y pregunta aterrorizado José, separándose.
«¡No tengas miedo!... Mi lepra es la de ser de Jesús: la más odiosa para los del Templo, salvo pocas excepciones».
«¡No, hombre, no; no digas eso!».
«Es la verdad y hay que decirla... Por tanto, temo que se comporten cruelmente con el pequeño por causa mía y de Jesús. Además, no sé qué conocimientos tendrá de la Ley, la Halasia, la Haggada y los Midrasiots. Jesús dice que sabe mucho...».
«¡Bueno, pues si lo dice Jesús, entonces no tengas miedo!».
«Aquéllos... con tal de amargarme...».
«¡Quieres mucho a este niño, ¡eh!? ¿Le llevas siempre contigo?».
«¡No puedo!... Yo estoy siempre en camino; él es pequeño y frágil...».
«Pero iría contigo con gusto...» dice Yabés, que, con las caricias de José, está más tranquilo.
Pedro rebosa de alegría... Pero añade: «El Maestro dice que no se debe, y no lo haremos. De todas formas, nos veremos... José, ¿me vas a ayudar?».
«¡Claro, hombre! Estaré contigo. Delante de mí no harán injusticias. ¿Cuándo?