Y Yo, al rayar el alba del tercer día, baje como sol que desciende, y con mi fulgor derretí los sellos humanos, tan inútiles ante el poder de un Dios; con mi fuerza hice palanca para volcar la piedra inútilmente vigilada; con mi aparición creé un fulgor que echó por tierra a los tres veces inútiles soldados que habían sido puestos de guardia para custodia de una muerte que era Vida y que ninguna fuerza humana podía impedir que lo fuera.
Mucho más potente que vuestra corriente eléctrica, mi Espíritu entró como espada de Fuego divino a dar calor a los fríos restos mortales de mi Cadáver, y al nuevo Adán el Espíritu de Dios le sopló la vida, diciéndose a sí mismo: “Vive. Lo quiero”.
Yo, que había resucitado a los muertos cuando no era sino el Hijo del hombre, la Víctima designada para cargar con las culpas del mundo, ¿no iba a poder resucitarme a mí mismo, ahora que era el Hijo de Dios, el Primero y el Último, el Viviente eterno, Aquel que tiene en sus manos las llaves de la Vida y la Muerte? Y mi Cadáver sintió que la Vida volvía a Él.
Mira: respiro profundamente, como un hombre que se despierte después del sueño producido por una enorme fatiga. Y todavía no abro mis ojos. La sangre vuelve a circular, todavía poco rápida, en las venas, y devuelve el pensamiento a la mente. ¡Y venía de tan lejos! Mira: como en un hombre herido y sanado por una fuerza milagrosa, la sangre vuelve a las venas vacías, llena el Corazón, da calor a los miembros del Cuerpo, y las heridas se cierran, desaparecen cardenales y llagas, la fuerza vuelve. ¡Y estaba tan herido! Interviene la Fuerza y Yo quedo curado, me despierto, vuelvo a la Vida. Estuve muerto. ¡Ahora vivo! ¡Ahora me pongo en pie!
Me quito la mortaja, aparto de mí la capa de ungüentos. No los necesito para aparecer como Belleza eterna, como eterna Integridad. Me visto con vestiduras que no son de esta Tierra, sino que las ha tejido quien es mi Padre, Él, que teje la seda de las virginales azucenas. Estoy vestido de esplendor. Mi adorno son las llagas, que ya no rezuman sangre sino que irradian luz, esa luz que será el gozo de mi Madre y de los bienaventurados, y el terror, la visión insoportable de los malditos y de los demonios en la Tierra y en el último día.