¿Te quería tu padre, Judas?».
«Me quería mucho. Yo era su orgullo. Cuando volvía de la escuela, e incluso después, cuando volvía a Keriot desde Jerusalén, quería que le dijese todo. Mostraba interés por todo lo que yo hacía. Si eran cosas buenas, se alegraba. Si eran menos buenas, me confortaba. Si había cometido algún error — alguna vez, ya se sabe, todos erramos — y, por ello, había recibido una reprensión, él me mostraba toda la justicia de la amonestación recibida, o todo el error de mi acción. ¡Pero, lo hacía con tanta dulzura...! Parecía un hermano mayor. Terminaba siempre así: “Esto te lo digo porque quiero que mi Judas sea una persona justa. Quiero que me bendigan a través de mi hijo...”. Mi padre...».
Jesús, que ha estado en todo momento mirando fija y atentamente al discípulo, sinceramente conmovido ante la evocación del padre, dice: «Mira, Judas, estáte seguro de cuanto te digo. Ninguna obra le hará tan feliz a tu padre como el que me seas fiel discípulo. El espíritu de tu padre exultará, allí, donde espera la luz — porque si te educó así debió ser justo —, si ve que eres discípulo mío. Pero, para serlo, tú debes decirte: “He vuelto a encontrar a mi padre perdido, al padre que parecía un hermano mayor; le he encontrado de nuevo en mi Jesús, y a Él, como al padre amado que todavía lloro, le diré todo, para recibir guía, bendición o dulce amonestación”. ¡Quiera el Eterno y quieras tú, sobre todo tú, que Jesús no tenga otra cosa que decirte sino: “Eres bueno. Te bendigo”!».
«¡Oh, sí, Jesús, sí! Si me amas mucho, sabré llegar a ser bueno, como Tú quieres y como quería mi padre. Y mi madre así ya no tendrá esa espina en el corazón. Ella decía siempre: “Te has quedado sin guía, hijo, y todavía tenías mucha necesidad de ella”. ¡Cuando sepa que te tengo a ti...!».
«Yo te amaré como ningún otro ser humano podría hacerlo. Te amaré mucho. Te amo mucho. No me defraudes».
«No, Maestro, no. Estaba lleno de conflictos interiores. Envidias, celos, ambiciones de ser el primero, carnalidad; todo luchaba en mí contra las voces buenas. Incluso, hace poco, ¿ves?, Tú me has proporcionado un sufrimiento. Bueno, Tú no, me lo ha proporcionado mi malvada naturaleza... Yo creía que era tu primer discípulo... y me has dicho que tienes ya otro».
«Lo viste tú mismo. ¿No te acuerdas de que en el Templo, durante la Pascua, estaba con muchos galileos?».
«Creía que eran amigos... Creía que yo era el primer discípulo elegido y, por tanto, el predilecto».
«No hay distinciones en mi corazón entre los últimos y los primeros. Si el primero cometiera faltas y el último fuese santo, entonces sí se crearía ante los ojos de Dios la distinción. Pero Yo, Yo amaré lo mismo: con un amor beato al santo, con un amor doloroso al pecador.