Desde la juventud hasta la tumba, la Sabiduría había inspirado a mis abuelos la manera de vivir de forma grata a Dios; y, como un toldo que protege de la violencia de los elementos, los había protegido del peligro de pecar. El santo temor de Dios es base del árbol de la sabiduría, que, a partir de aquél, se desarrolla impetuoso con todas sus ramas para alcanzar con su copa el amor tranquilo en su paz, el amor pacífico en su seguridad, el amor seguro en su fidelidad, el amor fiel en su intensidad, el amor total, generoso, activo de los santos.
“Quien la ama ama la vida y recibirá en herencia la Vida” dice el Eclesiástico. Pues bien, esto se funde con mi: “Aquel que pierda la vida por amor mío, la salvará”. Porque no se habla de la pobre vida de esta tierra, sino de la eterna; no de las alegrías de una hora, sino de las inmortales.
Joaquín y Ana la amaron en ese sentido. Y ella estuvo con ellos en las pruebas.
¡Cuántas, vosotros, que, pensando que no sois completamente malvados, querríais no tener que llorar ni sufrir nunca! ¡Cuántas pruebas sufrieron estos dos justos que merecieron tener por hija a María! La persecución política que los arrojó de la tierra de David, empobreciéndolos excesivamente. La tristeza de ver caer en la nada los años sin que una flor les dijese: “Yo os continuaré”. Y luego la congoja por haberla tenido a una edad en que ciertamente no la iban a ver hacerse mujer. Y, más tarde, el tener que arrancarse de su corazón esta flor para depositarla sobre el altar de Dios. Y el vivir en un silencio más oprimente aún que el primero, ahora que se habían acostumbrado al gorjeo de su tortolita, al rumor de sus pasitos, a las sonrisas, a los besos de su criatura; y esperar en el recuerdo la hora de Dios. Y más, y más todavía: enfermedades, calamidades por la intemperie, abusos de los poderosos... muchos golpes de ariete contra el débil castillo de su modesta prosperidad. Y no acaba aquí todo: el dolor de esa criatura lejana, que se quedaba sola y pobre, y que, a pesar de todas las atenciones y todos los sacrificios, no tendría sino un resto del bien paterno. ¿Y cómo podía encontrarlo, si durante años todavía quedaría yermo, cerrado, esperándola? Temores, miedos, pruebas y tentaciones. Y fidelidad, fidelidad, fidelidad, siempre, a Dios.