Jesús está completamente solo, detrás, como algunas veces hace cuando desea aislarse. Margziam se vuelve para mirarle varias veces. Luego, no resistiendo más, deja a Pedro y a Juan de Zebedeo, se sienta al borde del camino, en un mojón que debe ser una señal militar romana, y espera. Cuando Jesús llega a su altura, el niño se levanta y, sin decir nada, se pone al lado de Jesús, pero un poco retrasado para que ni siquiera el verle le moleste, y observa, observa…
Sigue observando, hasta que Jesús sale de su meditación y, al oír las leves pisadas detrás de Él, se vuelve, y sonríe tendiendo la mano al niño, y dice: «¡Oh, Margziam! ¿Qué haces aquí tan solo?».
«Te estaba mirando. Hace días que te miro. Todos tienen ojos, pero no todos ven las mismas cosas. He visto que Tú, de vez en cuando, te aíslas… Los primeros días pensaba que quizás estabas afligido por algo. Pero luego he visto que lo haces siempre a las mismas horas, y que tu Mamá, que siempre te consuela cuando estás triste, no te dice nada cuando tienes esa expresión de cara; es más, si está hablando, se calla y se recoge profundamente. ¡Yo veo, eh!… Porque siempre os miro a ti y a ella para hacer lo que hacéis vosotros. Les he preguntado a los apóstoles que qué es lo que haces, porque está claro que algo haces. Me han dicho: “Está orando”. Y les he preguntado: “¿Qué dice?”. Ninguno me ha respondido, porque no lo saben. Están contigo desde hace años y no lo saben. Hoy te he seguido siempre que veía que ponías esa expresión, y te he estado mirando mientras orabas. Pero no es siempre la misma cara. Esta mañana, al amanecer, parecías un ángel de luz. Mirabas las cosas con unos ojos que creo que las sacabas de las sombras más que el Sol. A las cosas y a las personas. Y luego observabas el cielo, y tenías la misma cara que cuando ofreces el pan, en la mesa. Más tarde, cruzando ese pueblecito, te has puesto el último, solo: tanto te esforzabas en decir, al pasar, palabras buenas a los pobres de ese pueblo, que me parecías un padre. A uno le has dicho: “Soporta con paciencia, que pronto te aliviaré, a ti y a otros como tú”. Era el esclavo de aquel hombre feo que nos ha embriscado a sus perros. Luego, mientras preparaban la comida, nos mirabas con ojos de una bondad repleta de amor. Parecías una madre… Pero ahora tu cara era de dolor… ¿En qué piensas, Jesús, a esta hora, que estás siempre así?… De todas formas, por la noche, algunas veces, si no duermo, te veo muy serio.