No te prometo dones y consolaciones humanas; sí, las mismas consolaciones que tuvo José: sobrenaturales. Todos han de saber, efectivamente, que, bajo la presión de la usura, que sofoca a todo pobre fugitivo, los dones de los Magos se disiparon, con la rapidez del relámpago, en conseguir un techo y ese mínimo de enseres o del necesario alimento, proveniente de aquella única fuente mientras no pudimos encontrar trabajo.
En la comunidad hebrea ha habido siempre mucha ayuda mutua, pero la de Egipto en concreto estaba formada en su mayor parte por gente perseguida que había tenido que expatriarse; gente pobre, por tanto, como nosotros, que nos añadíamos a su número. Y una pequeña parte de aquella riqueza, que queríamos reservarla para Jesús, para cuando fuera adulto, (la que se había salvado de los gastos de asentarnos en Egipto) nos sirvió para cubrir las necesidades del regreso a la patria, y fue apenas suficiente para organizar de nuevo en Nazaret casa y taller. Los tiempos cambian, pero la avidez humana es siempre la misma, y siempre aprovecha la necesidad ajena para, abusivamente, succionar su parte.
No. El tener con nosotros a Jesús no nos procuró bienes materiales. Muchos de vosotros es esto lo que pretendéis en cuanto os sentís un poquito unidos a Jesús. Os olvidáis de que Él dijo: “Buscad las cosas del espíritu”. Todo lo demás es añadidura. Es verdad que Dios proporciona también el alimento a los hombres, como a las aves, pues sabe que, mientras la carne sea armadura de vuestra alma, lo necesitáis. Cierto; pero, pedid primero su Gracia, pedid primero por vuestro espíritu. El resto se os dará por añadidura.
A José, humanamente hablando, la unión con Jesús no le procuró sino trabajos, esfuerzos, persecuciones, hambre. Pero, dado que tendía sólo hacia Jesús, todo esto se transformó en paz espiritual, en alegría sobrenatural. Yo quisiera conduciros al punto en que estaba mi esposo cuando decía: “Aunque nos quedáramos sin nada, tendremos siempre todo, porque tenemos a Jesús”.