Y Jesús, inclinándose hacia el moribundo, le susurra un salmo.
Sé que es un salmo, pero ahora no sé decirle cuál de ellos. Empieza así:
«“Protégeme, Señor, porque en ti he puesto mi esperanza...
En pro de los santos que en la tierra de él están, ha dado cumplimiento admirablemente a todos mis deseos...
Bendeciré al Señor, que me aconseja...
Tengo siempre la presencia del Señor. Él está a mi derecha para que no vacile.
Por ello se alegra mi corazón y exulta mi lengua, y mi cuerpo también descansará en la esperanza.
Porque Tú no abandonarás a mi alma en su estancia entre los muertos, y no permitirás que tu santo vea la corrupción.
Me darás a conocer los caminos de la vida, me colmarás de alegría mostrándome tu rostro”».
José se reanima mucho, sonríe a Jesús con una mirada más viva y le aprieta los dedos.
Jesús responde a la sonrisa con otra sonrisa, y al gesto de la mano con una caricia; y continúa, dulcemente, inclinado hacia su padre putativo:
«“¡Cuán grande es el encanto de tus Tabernáculos, Señor!
Mi alma se consume en el deseo de los atrios del Señor.
El gorrión encuentra una casa, la tortolita un nido para sus criaturas. Yo deseo tus altares, Señor.
¡Dichosos los que habitan en tu casa!... ¡Dichoso el hombre que encuentra en ti su fuerza! Él tiene en su corazón las veredas para subir del valle de las lágrimas al lugar electo.
¡Oh, Señor, escucha mi oración...!
¡Oh, Dios, vuelve tus ojos y mira el rostro de tu Cristo...!”».
José, visiblemente conmovido, mira a Jesús, y hace ademán de querer hablar, como para bendecirle, pero no puede; se ve que entiende, pero no puede hablar. No obstante, está feliz y mira con vivacidad y confianza a su Jesús.
«“¡Oh, Señor — continúa Jesús —, Tú has sido propicio a tu tierra, has liberado de la esclavitud a Jacob...!
Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu Salvador.
Quiero oír lo que dice dentro de mí el Señor Dios. Él, sin duda, hablará de paz a su pueblo para sus santos y para quien de corazón vuelve a Él.
Sí, tu salvación está cercana... y la gloria habitará sobre la tierra... Se han dado encuentro la bondad y la verdad; la justicia y la paz se han besado. La verdad ha germinado de la tierra, la justicia ha mirado desde el Cielo.
Sí, el Señor se mostrará benigno y nuestra tierra dará su fruto. La justicia caminará en su presencia y dejará imprimidas en el camino sus huellas”.
Tú has visto esta hora, padre, y por ella has trabajado fatigosamente. Has colaborado en el cumplimiento de esta hora y el Señor te premiará por ello. Yo te lo digo» añade Jesús, enjugando una lágrima de alegría que desciende lentamente por la mejilla de José.
Y sigue: «“¡Oh, Señor, acuérdate de David y de toda su benignidad!
Acuérdate de que juró al Señor: ‘Yo no entraré en mi casa, no me echaré en el lecho de mi reposo, no concederé sueño a mis ojos ni descanso a mis párpados ni quietud a mis sienes, mientras no encuentre un lugar para el Señor, una morada para el Dios de Jacob...’.
¡Levántate, Señor, y ven a tu reposo, Tú y el Arca de tu santidad! (María comprende la alusión y rompe a llorar).
Revístanse de justicia tus sacerdotes, regocíjense tus santos.
Por amor de David, tu siervo, no nos niegues el rostro de tu Cristo.
El Señor ha jurado a David la promesa y la mantendrá: ‘Pondré en tu trono al fruto de tu seno’.
El Señor la ha elegido como morada...
Yo haré florecer la potencia de David preparando una antorcha encendida para mi Cristo”.