¿Qué otra prueba hay de esta acusación de preferencia por los samaritanos?».
«Se te acusa de que los quieres tanto, que siempre dices: “Escucha Israel”, en vez de decir: “Escucha, Judá”. Y que no puedes censurar a Judá…».
«¿Verdaderamente? ¿La sabiduría de los rabíes aquí se pierde?
¿Y no soy Yo el Germen de justicia brotado de David por el que, como dice Jeremías, Judá será salvado? Entonces el Profeta prevé que Judá, sobre todo Judá, tendrá necesidad de salvación. Y este Germen, sigue diciendo el Profeta, será llamado el Señor, nuestro Justo, “porque, dice el Señor, nunca le faltará a David un descendiente que se siente en el trono de la casa de Israel”. ¿Y entonces? ¿Erró el Profeta? ¿Acaso estaba ebrio? ¿Ebrio de qué? Sin duda, de penitencia y no de otra cosa. Porque, para acusarme a mí, ninguno podrá sostener que Jeremías fuera un hombre dado a la crápula. Bueno, pues él dice que el Germen de David salvará a Judá y se sentará en el trono de Israel. Así pues, se diría que, por sus luces, el Profeta ve que, más que Judá, será elegido Israel; que el Rey irá a Israel, y ya será una gracia si Judá obtiene la salvación, aunque sólo sea la salvación. ¿Al Reino, entonces, se le llamará Reino de Israel? No. Se le llamará Reino de Cristo, de Aquel que une las partes dispersas y reconstruye en el Señor tras haber —según el otro Profeta— juzgado y condenado, en un mes —en realidad, en menos de un día—, a los tres falsos pastores y tras haberles cerrado mi alma, porque la suya quedó cerrada para mí y deseándome en figura no supieron amarme en mi naturaleza. Así pues, Aquel que me envía romperá los dos cayados que me ha dado, para que la Gracia quede perdida para los crueles, para que el Flagelo no venga ya del Cielo, sino del mundo. Y nada es más duro que los flagelos que los hombres dan a los hombres. Así será. ¡Oh, así! Yo recibiré golpes, y dos tercios de las ovejas serán dispersados. Sólo un tercio, siempre sólo un tercio de ellas se salvará y perseverará hasta el final. Y esta tercera parte pasará por el fuego por el que Yo, Yo el primero, paso; y será purificada y probada como plata y oro, y oirá estas palabras: “Tú eres mi pueblo”, y ella me dirá: “Tú eres mi Señor”. Y alguien habrá pesado las treinta monedas, precio de la horrenda obra, infame paga. Y no podrán volver al lugar de donde salieron, porque hasta las piedras gritarían de horror al ver esas monedas manchadas con la sangre del Inocente y el sudor del perseguido, del perseguido por la más atroz de las desesperaciones; y servirán, como está escrito, para comprar de los esclavos de Babilonia el campo para los extranjeros. ¡Oh, el campo para los extranjeros! ¿Sabéis quiénes son estos extranjeros? Son los de Judá e Israel, que pronto y durante siglos y siglos carecerán de patria y ni siquiera la tierra de su antiguo suelo los querrá acoger y los vomitará aun estando muertos, porque ellos quisieron rechazar la Vida. ¡Horror infinito!…».