Luego comienza a hablar a todos los presentes.
«He oído la voz de muchos de vosotros, y en todos he visto un secreto dolor, un pesar del que ni siquiera quizás os dais cuenta; he visto que lloráis en vuestros corazones. Esto se ha ido acumulando durante siglos, y no son capaces de disolverlo ni las razones que a vosotros mismos os decís ni las injurias que os lanzan; antes bien, cada vez más se endurece y pesa como nieve que se solidifica en hielo.
Yo no soy vosotros, como tampoco soy uno de los que os acusan. Soy Justicia y Sabiduría. Una vez más, para solución de vuestro caso, os cito a Ezequiel. Él, proféticamente, habla de Samaria y de Jerusalén llamándolas hijas de un mismo seno, llamándolas Oholá y Oholibá.
La que primero cayó en la idolatría fue la primera, de nombre Oholá, porque ya antes había quedado privada de la ayuda espiritual de la unión con el Padre de los Cielos. La unión con Dios significa siempre salvación. Confundió erróneamente la verdadera riqueza, la verdadera potencia, la verdadera sabiduría, con la pobre riqueza, potencia y sabiduría de uno que era inferior a Dios, y más pequeño que ella misma; fue seducida por la riqueza, potencia y sabiduría de éste hasta el punto de que se hizo esclava del modo de vivir del que la había seducido. Buscando ser fuerte, vino a ser débil. Buscando ser más, vino a ser menos. Por imprudente enloqueció. Cuando uno, imprudentemente, se coge una infección, mucho le cuesta luego librarse de ella. Diréis: “¿Menos? No. Nosotros fuimos grandes”. Sí, grandes, pero ¿cómo?, ¿a qué precio? No lo ignoráis. ¡Cuántas mujeres también consiguen la riqueza al precio tremendo de su honor! Adquieren una cosa que puede terminar y pierden algo que no tiene fin: el buen nombre.
Oholibá, viendo que a Oholá su propia locura le había producido riqueza, quiso imitarla, y enloqueció más que Oholá, además con doble culpa, porque tenía consigo al Dios verdadero y no habría debido pisotear jamás la fuerza que de esta unión le venía: duro, tremendo castigo ha recibido — y más grande aún será — la doblemente desquiciada y fornicadora Oholibá. Dios le volverá la espalda — ya lo está haciendo — para ir a los que no son de Judá. No se puede acusar a Dios de ser injusto porque no se imponga. A todos abre los brazos, invita a todos; pero, si uno le dice: “Vete”, se va. Busca amor, invita a otros, hasta que encuentra a alguien que dice: “Voy”. Por eso os digo que podéis hallar alivio a vuestro tormento, debéis hallarlo, pensando en estas cosas.
¡Oholá vuelve en ti! Dios te llama. La sabiduría del hombre está en saberse enmendar; la del espíritu, en amar al Dios verdadero y su Verdad. No fijéis vuestra mirada ni en Oholibá, ni en Fenicia, ni en Egipto, ni en Grecia. Mirad a Dios. Ésa es la Patria de todo espíritu recto, y es el Cielo. No hay muchas leyes, sino una sola: la de Dios. Por ese código se tiene la Vida. No digáis: “Hemos pecado”; decid más bien: “No queremos volver a pecar”. La prueba de que Dios os sigue amando la tenéis en esto: os ha enviado a su Verbo a deciros: “Venid”. Venid, os digo. ¿Os injurian?, ¿os han proscrito?... ¿Quiénes?: seres semejantes a vosotros. Considerad que Dios es mayor que ellos, y que os dice: “Venid”. Llegará un día en que exultaréis por no haber estado en el Templo... Con la mente exultaréis, y aún mayor será el gozo de los espíritus, porque el perdón de Dios habrá descendido a los hombres de corazón recto dispersos por Samaria. Preparad su venida. Venid al Salvador universal, vosotros, hijos de Dios que ya no sabéis hallar el camino».