Como podéis ver, los cuidados de este mundo, la avaricia, la sensualidad, la crueldad, provocan la ira del rey y hacen que jamás estos hijos de las preocupaciones vuelvan a entrar en la casa del Rey. Podéis también ver cómo entre los llamados, por amor al hijo, hay quien recibe castigo.
¡Cuántos, hoy día, en esta tierra a la que Dios ha enviado a su Verbo! Dios verdaderamente ha invitado, a través de sus siervos — y los seguirá invitando, cada vez más impelentemente a medida que se va acercando la hora de mi Desposorio —, a amigos, a aliados, a los grandes de su pueblo. Mas no responderán a la invitación, porque son falsos aliados, falsos amigos, grandes sólo de nombre pues son mezquinos».
Jesús va elevando cada vez más la voz. Sus ojos — a la luz del fuego que ha sido encendido entre Él y los que le escuchan, para iluminar esta noche en que todavía falta la Luna, que está en fase menguante — lanzan destellos de luz como si fueran dos gemas.
«Sí, son mezquinos. Ya se ve por qué no comprenden el deber y el honor que supone la adhesión a la invitación del Rey. Soberbia, dureza, lujuria crean un baluarte en torno a su corazón. Siendo malos, me odian a mí, a mí, y por eso no quieren venir a mis bodas. No quieren venir. Prefieren unirse a la sucia política, al dinero (más sucio todavía), a la sensualidad (sucísima). Prefieren el cálculo astuto, la conjura, la ratera conjura, la celada, el delito.
Yo condeno todo esto en nombre de Dios. Se odia por tanto la voz que habla y la misma fiesta, objeto de la invitación. En este pueblo han de ser identificados los que matan a los siervos de Dios (los profetas, siervos hasta este momento; mis discípulos, siervos de hoy en adelante), aquí están; y también los que, pretendiendo burlarse de Dios, dicen: “Sí. Iremos”, pensando para sus adentros: “¡Ni soñarlo!”. Todo esto es una realidad en Israel.
Y el Rey del Cielo, para que su Hijo goce de un digno aderezo de bodas, dispondrá que vayan a los cruces de caminos para congregar a todos aquellos que no son amigos o grandes o aliados sino simplemente pueblo que pasa. La convocatoria ha comenzado ya, de mi propia mano, de mi mano de Hijo y siervo de Dios. Indiscriminadamente vendrán... De hecho ya han venido. Yo los ayudo a asearse y engalanarse para la fiesta de bodas.
¡Ah, pero habrá, para desgracia propia, quien se aproveche indignamente de esta magnificencia de Dios — que le ofrece perfumes y vestiduras regias para que pueda aparecer como en realidad no es, o sea, rico y noble —, y se aproveche para seducir, para obtener una ganancia...! ¡Oh, individuo de alma torva, atrapado por el repugnante pulpo de todos los vicios...! Éste substraerá perfumes y vestidos para obtener una ilícita ganancia, para usarlos no en las bodas del Hijo sino en sus bodas con Satanás.
Sí, esto sucederá — en efecto, muchos son los llamados, mas pocos los que, por saber perseverar en la llamada, alcanzan la elección—; pero también sucederá que estas hienas, que prefieren la carroña al alimento fresco, serán arrojados, como castigo, fuera de la sala del Banquete, a las tinieblas y al fango de un lodazal eterno en que Satanás emite su horrible risa estridente por cada triunfo sobre un alma, y en que resuena, eterno, el llanto desesperado de los mentecatos que siguieron al Delito en vez de seguir a la Bondad que los había llamado.