El hombre tiene un alma. Una. Verdadera. Eterna. Señora. Merecedora de premio o castigo. Toda suya. Creada por Dios. Destinada, en el Pensamiento creador, a volver a Dios. Vosotros, gentiles, demasiado os dedicáis al culto de la carne. Admirable obra, en verdad, que lleva la señal del Pulgar eterno. Demasiado admiráis la mente, joya encerrada en el cofre de vuestra cabeza, desde donde emana sus sublimes rayos. Grande, superno don de Dios Creador, que os ha hecho según su Pensamiento como formas, o sea, obra perfecta de órganos y miembros, y os ha dado su semejanza con el Pensamiento y con el Espíritu. Pero la perfección de la semejanza está en el espíritu. Porque Dios no tiene miembros ni calígine de carne, como tampoco tiene sentidos ni fómite de lujuria, sino que es Espíritu purísimo, eterno, perfecto, inmutable, incansable en el obrar, y se renueva continuamente en sus obras, adecuadas paternalmente al camino ascendente de su criatura. El espíritu, creado por una misma Fuente de potencia y bondad, para cada hombre, no conoce inicial variación de perfección, pero conoce muchas variaciones a partir de su infusión en la carne. Uno solo es el Espíritu increado y perfectísimo, y que siempre ha permanecido así; tres han sido los espíritus creados perfectos y…».
«Uno eres Tú, Maestro».
«No Yo. En mi Carne Yo tengo el Espíritu divino, no creado sino generado por el Padre por exuberancia de amor. Y tengo alma, el alma que me ha creado el Padre, siendo Yo, ahora, el Hombre; alma perfecta como conviene al Hombre Dios. Hablo de otros espíritus».
«¿Cuáles, pues?».
«Los dos progenitores de quienes viene la raza, creados perfectos y posteriormente caídos, voluntariamente, en imperfección. El tercero, creado para delicia de Dios y del universo, es demasiado superior a la posibilidad de pensamiento y de fe del mundo de ahora como para que os lo señale. Los espíritus, decía, creados por una misma Fuente con igual medida de perfección, sufren luego, por su mérito y voluntad, una dúplice metamorfosis».
«¿Entonces admites segundas vidas?».
«No hay más que una vida. En ella el alma, que ha recibido la semejanza inicial con Dios, pasa, por la justicia fielmente practicada en todas las cosas, a una más perfecta semejanza, a una, diría, segunda creación de sí misma, por lo que pasa a una doble semejanza con su Creador, haciéndose capaz de pasar a poseer la santidad, que es perfección de justicia y semejanza de hijo con el Padre. Ésta se da en los bienaventurados, o sea, en aquellos que vuestro Sócrates dice que habitan en el Hades, mientras que Yo os digo que, cuando la Sabiduría haya dicho sus palabras y las haya firmado con la sangre, éstos serán llamados los bienaventurados del Paraíso, del Reino, es decir, de Dios».
«¿Y dónde están ahora éstos?».
«Esperando».
«¿A qué?».
«Al Sacrificio. Al Perdón. A la Liberación».
«Se dice que será el Mesías el Redentor, y que ése eres Tú… ¿Es verdad?».
«Es verdad. Soy Yo, el que os habla».