Jesús empieza a hablar. En primera fila — se han abierto paso sirviéndose de su actitud avasalladora y del temor que siente hacia ellos la plebe — hay cinco personas... de elevada condición social; paludamentos, riqueza de vestidos y soberbia denuncian que son fariseos y doctores. Sin embargo, Jesús quiere tener en torno a sí a sus pequeños: una corona de caritas inocentes, ojos luminosos y sonrisas angelicales, mirando hacia arriba, a Él. Jesús habla, acariciando cada cierto rato la cabecita rizada de un niño que se ha sentado a sus pies y tiene apoyada la cabeza en las rodillas de Él, sobre el bracito doblado. Jesús está sentado encima de un gran montón de cestos y redes.
«“Mi amado ha bajado a su jardín, al pensil de los aromas, a deleitarse entre los jardines y a recoger lirios... él, que se sacia entre los lirios”, dice Salomón de David de quien provengo Yo, Mesías de Israel.
¡Mi jardín! ¿Qué jardín más hermoso y más digno de Dios que el Cielo, donde son flores los ángeles creados por el Padre?... Y, sin embargo, otro jardín ha querido el Hijo unigénito del Padre, el Hijo del hombre, porque por el hombre Yo tengo carne, sin la cual no podría redimir las culpas de la carne del hombre; un jardín que habría podido ser poco inferior al celeste, si desde el Paraíso terrestre se hubieran efuso, como dulces abejas desde un arna, los hijos de Adán, los hijos de Dios, para poblar la tierra de santidad destinada toda al Cielo. Pero el Enemigo sembró tribulaciones y espinas en el corazón de Adán, y tribulaciones y espinas desde este corazón se derramaron sobre la tierra, no ya jardín, sino selva áspera y cruel en que se estanca la fiebre y anida la serpiente.
Pero el Amado del Padre tiene todavía un jardín en esta tierra en que impera Satanás: el jardín al que va a saciarse de su alimento celeste: amor y pureza; el pensil del que coge las flores que aprecia, en las cuales no hay mancha de sentido, de avaricia, de soberbia: éstos — Jesús acaricia a todos los niños que puede, pasando su mano sobre la corona de cabecitas atentas (una única caricia que apenas los toca y les hace sonreír de alegría) —; éstos son mis lirios.
No tuvo Salomón, en su riqueza, vestidura más hermosa que el lirio que perfuma la hoya, ni diadema de más aérea y espléndida gracia que la que tiene el lirio en su cáliz de perla. Y, no obstante, para mi corazón no hay lirio que valga lo que uno de éstos; no hay jardín, no hay jardín de ricos, todo cultivado de lirios, que me valga cuanto uno sólo de estos puros, inocentes, sinceros, sencillos párvulos.
¡Oh hombres, oh mujeres de Israel, oh vosotros, grandes y humildes por riqueza o por cargo, oíd! Vosotros estáis aquí porque queréis conocerme y amarme. Pues bien, debéis saber cuál el la condición primera para ser míos. Mirad que no os digo palabras difíciles, ni os pongo ejemplos aún más difíciles; os digo: tomad a éstos como ejemplo.
¿Quién hay, entre vosotros, que no tenga en casa en la edad de la puericia, de la niñez, a un hijo, a un nieto o sobrino, a un hermano? ¿No es un descanso, un alivio, un motivo de unión entre esposos, entre familiares, entre amigos, uno de estos inocentes, cuya alma es pura como alba serena, cuyo rostro aleja las nubes y crea esperanzas, cuyas caricias secan las lágrimas e infunden fuerza vital? ¿Por qué tienen tanto poder ellos, que son débiles, inermes, ignorantes todavía?: porque tienen en sí a Dios, tienen la fuerza y la sabiduría de Dios, la verdadera sabiduría: saben amar y creer, creer y querer, vivir en este amor y en esta fe. Sed como ellos: sencillos, puros, amorosos, sinceros, creyentes.
No hay sabio en Israel que sea mayor que el más pequeño de éstos, cuya alma es de Dios y de cuya alma es el Reino. Benditos del Padre, amados del Hijo del Padre, flores de mi jardín, mi paz esté con vosotros y con quienes os imiten por mi amor».
Jesús ha terminado.