Jesús empieza inmediatamente a hablar.
«Pueblo de Betsur, escucha. El año pasado os dije qué había que hacer para ganar el Reino de Dios. Ahora os lo confirmo, para que no suceda que perdáis lo que habéis ganado. Es la última vez que el Maestro os habla así, en una asamblea en que no falta ninguno. Después podré encontraros, por azar, separadamente o en pequeños grupos, por los caminos de nuestra patria terrena. Después, pasado más tiempo, podré veros en mi Reino. Pero, como ahora, no volverá a ser.
Llegará un momento en que os digan de mí muchas cosas, contra mí, y de vosotros y contra vosotros. Pretenderán aterrorizaros. Yo, con Isaías, os digo: No temáis, porque os he redimido y os he llamado por vuestro nombre. Solamente los que quieran abandonarme tendrán motivo de temer; no los que, siendo fieles, son míos. ¡No temáis! Sois míos y Yo soy vuestro. Ni aguas de ríos ni llamas de hogueras ni piedras ni espadas podrán separaros de mí, si en mí perseveráis; es más, llamas, aguas, espadas, piedras, reforzarán vuestra unión conmigo, y seréis otros Cristos y recibiréis mi premio. Yo estaré con vosotros en las horas de los tormentos, con vosotros en las pruebas, con vosotros hasta la muerte; y después, nada podrá separarnos jamás.
¡Oh, pueblo mío, pueblo al que he llamado y congregado, y más aún llamaré y congregaré cuando sea elevado, atrayéndote entero hacia mí, oh pueblo elegido, pueblo santo, no temas! Porque estoy y estaré contigo, y tú me anunciarás, pueblo mío, por lo cual, vosotros que lo componéis, seréis llamados ministros míos, y a vosotros os daré, os doy ya desde ahora, la orden de decir al septentrión, al oriente, al occidente y al mediodía, que restituyan a los hijos e hijas del Dios Creador, incluso a los de los extremos confines del mundo, para que todos me conozcan como Rey suyo y me invoquen según mi verdadero Nombre, y tengan aquella gloria para la que han sido creados y sean la gloria de quien los ha hecho y formado.
Dice Isaías que las tribus y naciones, para creer, invocarán testigos de mi gloria. ¿Y dónde encontraré testigos, si el Templo y el Palacio, si las castas poderosas me odian, y mienten por no querer decir que Yo soy quien soy? ¿Dónde los hallaré? ¡Aquí están, oh Dios, mis testigos! Estos a quienes he instruido en la Ley, estos cuyo cuerpo y cuyo espíritu he curado, estos que estaban ciegos y ahora ven, sordos y ahora oyen, mudos y ahora saben decir tu Nombre, estos que estaban subyugados y ahora están liberados, todos, todos estos para los cuales tu Verbo ha sido Luz, Verdad, Camino, Vida. Vosotros sois mis testigos, los siervos que he elegido para que conozcan y crean y comprendan que