«¿Dónde viven ahora Leví y Elías?».
«¿Los conoces?». El hombre desconfía.
«No los conozco. No conozco su rostro. Pero son infelices y Yo siempre tengo piedad de los infelices. Deseo ir a verlos».
«¡Ya!... serás el primero después de casi seis lustros. Son todavía pastores y sirven a un rico herodiano de Jerusalén que se apropió de muchos bienes de los asesinados... ¡Siempre hay alguien que se aprovecha! Los verás con los rebaños hacia las alturas que conducen a Hebrón. Pero, un consejo: que los habitantes de Belén no te vean hablando con ellos. Te traería complicaciones. Los soportamos porque... porque está el herodiano. Si no...».
«¡Oh..., el odio!... ¿Por qué odiar?».
«Porque es justo. Nos han causado un mal».
«Creían que actuaban bien».
«Pero actuaron mal. ¡Y mal reciban! Debíamos haberlos matado, de la misma forma que ellos, con su necedad, provocaron muertes. Pero estábamos alelados, y después... estaba el herodiano».
«Si no hubiera estado él, entonces, ¿incluso después del primer impulso de venganza, los habríais matado?».
«Incluso ahora los mataríamos, si no tuviéramos miedo de su jefe».
«Hombre, Yo te digo: no odies, no desees el mal, no desees hacer el mal. Aquí no hay culpa. Pero, aunque la hubiera, perdona; en nombre de Dios, perdona. Díselo a los otros de Belén. Cuando desaparezca el odio de vuestros corazones, vendrá el Mesías; le conoceréis entonces, porque Él vive, Él ya estaba cuando tuvo lugar la matanza. Yo os digo que la matanza no ocurrió por culpa de los pastores y de los magos, sino por culpa de Satanás. El Mesías os ha nacido aquí, ha venido a traer la Luz a la tierra de sus padres. Hijo de Madre virgen de la estirpe de David, en las ruinas de la casa de David abrió al mundo el río de las gracias eternas, abrió la vida al hombre...».
«¡Fuera, fuera! ¡sal de aquí! Tú, seguidor de este falso Mesías, que no podía más que ser falso, porque nos a traído desdicha, a nosotros los de Belén. Tú le defiendes, por tanto...».
«Silencio, hombre. Yo soy judío y tengo amigos en puestos importantes. Podría hacer que te arrepintieras del insulto» reacciona Judas agarrando de la túnica al campesino, y zarandeándole, violento, encendido de ira.
«No, no, ¡fuera de aquí! No quiero problemas, ni con los de Belén, ni con Roma, ni con Herodes. Marchaos, malditos, si no queréis que os deje marcados. ¡Fuera!...».
«Vamos, Judas. No respondas. Dejémosle en su odio. Dios no entra donde hay rencor. Vamos».
«Sí, vamos. Pero me la pagaréis».
«No, Judas, no. No hables así. Están ciegos... Habrá muchos así en mi camino...».